Por: Gladys Raquel Hernández
“Vosotros sois la sal de la tierra; pero
si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino
para ser echada fuera y hollada por los hombres”. (Mateo 5:13)
“Vosotros sois la luz del mundo; una
ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y
se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que
están en casa.
Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. (Mateo 5:14-16)
Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. (Mateo 5:14-16)
Como cristianos, debemos tomar consciencia
de las palabras que Jesús expresó (somos sal y luz) al referirse a lo que somos
en esta vida para nuestro Dios Creador, una vez que hemos aceptado a Su Hijo,
Jesús, como único Salvador de nuestras vidas. Esto nos convierte en hijos de Dios y co-herederos
en Cristo Jesús de un reino inconmovible.
Veamos estas citas bíblicas que expresan
lo antedicho:
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares
celestiales en Cristo, según nos escogió en El antes de la fundación del
mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de El, en amor habiéndonos
predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el
puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con
la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre,
el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo
sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos
a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había
propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la
dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos,
como las que están en la tierra. En El asimismo tuvimos herencia, habiendo
sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el
designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria,
nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo”. (Efesios 1:3-12)
Según lo expresa el pasaje anterior,
nosotros “tuvimos herencia” según el puro afecto de su voluntad y su
beneplácito. Es decir, Dios mismo consintió en hacernos hijos suyos para
heredar un reino glorioso, incomparable! Por tal motivo, Dios nos va a exigir
una digna representación de Su reino inconmovible aquí en la tierra mientras vivimos
en ella, ya que somos co-herederos en Cristo Jesús de dicho reino.
Para ser fieles representantes de un reino
glorioso que nos espera, debemos seguir los pasos de nuestro fiel salvador,
Jesús, quien es nuestro mayor ejemplo y modelo en todo: en fidelidad, en
obediencia, en amor, en gozo, en misericordia, en paz, en benignidad, en
mansedumbre, en bondad, en humildad, en
paciencia, en templanza, en fe y en compasión.
A través de todos estos atributos de
Jesús, algunos de los cuales son los frutos del Espíritu Santo, podemos
apreciar que El es nuestro modelo de “sal en la tierra”. El le dio un especial gusto
y sabor a todas las cosas mientras llevó a cabo su incomparable ministerio aquí
en este planeta.
Cuando Jesús sanaba enfermos, El era sal de la tierra.
Cuando Jesús expulsaba demonios, El era
sal de la tierra.
Cuando Jesús enseñaba, predicaba,
exhortaba, consolaba y decía parábolas, El era sal de la tierra.
La sal da gusto y sabor a las cosas. A lo
largo de su ministerio incomparable, Jesús se destacó por darle a un mundo en
tinieblas, un sabor diferente, un sabor que venía de otro reino, un reino
glorioso e inconmovible que se quería instalar en las vidas de las personas.
“Venga tu reino”. (Mateo 6:10).
Cuando Jesús nos dice que somos sal de la
tierra, pero que si la sal se desvanece,
ya no sirve más, nos está queriendo decir, que si nosotros, como fieles hijos/as
de Dios, tropezamos y nos caemos, ya no podremos llevar en forma exitosa el
evangelio del reino al mundo que está en tinieblas, que necesita redención
(aceptar a Jesús como su único salvador). El pasaje bíblico dice que si la sal
se desvanece, será echada fuera y hollada por los hombres. Es decir, si caemos,
los hombres del mundo en tinieblas nos pisotearán porque perderemos la
autoridad delegada por Dios para realizar nuestras labores ministeriales.
Como hijos de Dios, no podemos permitirnos
caer nunca! La sal debe mantener su sabor intacto siempre! Cuando predicamos,
cuando imponemos las manos sobre un enfermo, cuando profetizamos, cuando
auxiliamos, cuando socorremos, cuando alentamos, cuando consolamos a alguien,
debemos ser siempre sal con un sabor excelente!
Así como somos sal, también Jesús nos dice
que somos luz. Según el pasaje bíblico de referencia, estamos expuestos y no
nos podemos esconder. Dios nos pide que la luz natural que emana de todo
nuestro ser e irradia en donde quiera que vayamos, entremos o estemos, al ser
hijos y representantes de El, alumbre siempre delante de los hombres, para que
ellos vean las buenas obras que nosotros
realizamos para agradar a nuestro buen Dios y ellos también, a su vez, puedan
salir del mundo de tinieblas, aceptar a Jesús como su único salvador y
glorificar a nuestro Padre que está en los cielos!
Por ello, no podemos perder nunca la
autoridad que Dios mismo nos ha delegado para estar siempre al pié del cañón
como sal y como luz, agradándolo en todo momento y en todo lugar donde nos
movamos, llevando la Buenas Noticias, la verdad de Jesucristo resucitado por
todos los confines de la tierra.
Somos sal de la tierra,
Somos la luz del mundo,
Somos los representantes de Dios en esta
tierra,
Y finalmente, somos co-herederos en Cristo
Jesús de un reino inconmovible!
Dios es fiel por siempre y Su Palabra,
eterna!
Amén!